En contra de los mandatos

Es sabido que, cuando la mujer arriba a esa etapa de la vida llamada menopausia, deja de tener la posibilidad de procrear. A partir de esos momentos, la sexualidad quedará, a todas luces, solamente regida por la búsqueda del placer. Y aunque también se sepa que en el ser humano, a diferencia de lo que ocurre con el animal, el instinto sexual se ha separado del de conservación, el hecho no deja de ser conflictivo: la sexualidad es, en algún rincón de nuestras mentes, una mala palabra, un terrible pecado. Si la sexualidad de la que se trata es la femenina, el pecado es doble. En esto consiste, entonces, la transgresión de la mujer menopáusica: Tal vez sea este hecho el que provoca que, disfrazados de pronósticos y conocimientos científicos, se le impartan a la mujer una multiplicidad de mandatos. Y si el médico manda, cómo no obedecer, si es el que, supuestamente, detenta el saber. De lo contrario, si no obedece, la mujer ocupa el lugar de la transgresora.

Sufrir

Tratando de no olvidar ninguno, empezaremos por aquel mandato que dice que la mujer menopáusica "debe" sufrir de insomnio y sofocones. Para ellos, nada mejor que hipnóticos y hormonas. Casi inevitablemente, "debe" padecer de irritabilidad (léase un mal humor del demonio). Para ello, no hay remedio más adecuado que un sedante. La sequedad de la vagina tendrá que provocar - que otro camino cabe - una disminución del deseo sexual, con la consecuente frigidez. (Eso siempre que tal frigidez no estuviese instalada desde antes). Los estados depresivos son casi la ley y los episodios maníacos - euforia - muy frecuentes. De la depresión a la melancolía, hay un solo paso. Y para estos males, lo indicado es el antidepresivo. La lista de dolencias no termina acá. La osteoporosis, la obesidad, el reuma, la hipertensión arterial y la artrosis se adueñan de la pobre mujer menupáusica.

Es evidente que la mujer que obedezca todos esos mandatos estará atiborrada de remedios y será lo más parecido a una adicta a las drogas. Pero eso sí, le hará ganar mucho dinero a los laboratorios que promocionan esos productos que ella consume. También es evidente que una mujer así de obediente y tan medicada, no tiene muchas ganas de vivir. La depresión es inevitable. El suicidio puede parecerle una desesperada salida.

La otra posibilidad, como insinuábamos al principio, es desafiar el mandato, no obedecerlo, comprendiendo, en primer término, su secreta intencionalidad. Entonces, cuando la mujer escuche: "en la menopausia el apetito sexual disminuye", sabrá que, detrás de esa afirmación taxativa, generalizada y definitiva, se esconde una idea prejuiciosa y nada científica: cuando la sexualidad se ejerce separada de la procreación, es pecado. La mujer queda, según esta creencia y, como decía Simone de Beavoir, "aprisionada en su rol de hembra". En síntesis, deshumanizada. La sexóloga norteamericana Helen Kaplan dice que en la menopausia la libido - energía sexual -debería incrementarse en lugar de disminuir porque los andrógenos femeninos no se hallan afectados y ya no tienen la oposición de los estrógenos. Ella observó que "en muchas mujeres que no se sentían deprimidas y tenían parejas sexuales interesantes e

interesadas, el apetito sexual aumentaba". Este hecho se acompaña de otras circunstancias favorables: la mujer meneopáusica tiene, gracias a una mayor experiencia, menos inhibiciones sexuales. Y a esto se suma el hecho de que puede despreocuparse de un tal vez temido y no deseado embarazo. Sí es cierto que la lubricación vaginal depende de la acción de los estrógenos. Mas el apetito sexual existe independientemente de esa lubricación que, por otra parte, tarda varios años en disminuir. Asimismo, hay otros métodos para favorecer la penetración, si de eso se trata.

Siempre en el camino de desobedecer los aplastantes mandatos, otra alternativa será la prevención. Se trata de aprender a anticiparse a los problemas que puedan surgir. Por ejemplo, teniendo conciencia que cuando los hijos, como los pájaros, vuelan para hacer su propio nido, la madre puede llegar a sentirse muy vacía, con una enorme y natural tristeza. El "síndrome del nido vacío" no será tan intenso y terminará disipándose si la mujer que lo padece usa sus posibilidades de tener hijos simbólicos y si descubre que la vida para ella puede ser algo más que estar pendiente y a disposición de su familia. En relación a esto, la escritora inglesa Virgina Woolf decía que la mujer debe tener una "habitación propia", en referencia a ese espacio físico y mental de su exclusiva pertenencia, en donde pueda hacer y tener algo que le guste y la beneficie. Este es un saludable antidepresivo. No sólo para cuando se llega a la menopausia sino para cualquier otro momento de la vida.

Siguiendo la idea del "más vale prevenir que curar" también nos encontramos a la actividad física, pero una que sea realmente curativa, que calme males del cuerpo y esos otros del alma. Para ello, tal vez nada mejor que el yoga, eficaz enemigo de la osteoporosis, de la jaqueca, de la obesidad y del escepticismo. El psicoanálisis también puede resultar una adecuada medida de prevención, entre otras cosas, ayudando a remover las trabas que le impiden a una mujer descubrir cual es su "habitación propia" y, si ya la ha descubierto, pueda saber por qué se deja desalojar frecuentemente y con tanta facilidad de ella. Los mismos caminos que sirven para la prevención son alternativas pasibles de ser utilizadas cuando la menopausia ya haya llegado.

No pretendemos dejar de lado los senderos de la medicina, ya que también ella, en sus versiones homeopática o alopática, puede ayudar a que la mujer llegue sana a la menopausia. Así, no transitará ese ciclo de la vida enfermándose. Por otro lado, no está de más recordar que la medicina debe tener siempre muy presente el hecho de que no existen enfermedades sino enfermos y que el que sufre es, ante todo, un ser humano. La medicación, entonces, debe ser la que cure, la que alivie, la que solucione, la sin duda necesitada y no aquella que se da para anestesiar un dolor y silenciar a un ser que sufre.

Pero ninguno de estos caminos tienen sentido ni valor si la mujer a la que apelamos no considera que tiene derecho a desafiar, que no siempre la transgresión es un delito. En todo caso y si algún crimen existe, ese crimen, indudablemente, es el de no vivir.