Hay parejas que matan

Es frecuente que la literatura aporte a la reflexión psicoanalitica acertadas descripciones de tipos de personalidad y de relaciones humanas. Tal es el caso de Dracula de Bram Stocker que, junto con otras historias de vampirismo, pueden servirnos para comprender las personalidades del vampiro y de su víctima y la relación que ellos establecen. Relación que he denominado relación vampirizante Es necesario enfatizar que no estamos refiriéndonos solamente a personajes de novelas, sino a realidades tristemente cotidianas.

La personalidad del vampiro

El Drácula de Stocker y los vampiros de otros escritores, tienen muy poco en común con el romántico personaje de la película de Cóppola. Insensibles y crueles, actúan con una absoluta falta de consideración con sus víctimas, con las cuales, por otra parte, son incapaces de identificarse. El vampiro es, asimismo, particularmente oportunista: acecha la ocasión que le sirva para beneficiarse y actúa solamente según su propia conveniencia. Toma todo del otro, pero nada le da. Es, por consiguiente, un parásito, dueño de un narcisismo soberano y patológico.

En cuanto a la mujer vampira, no debemos confundirla con la vampiresa. Este último término se aplica, según los diccionarios, a "la mujer que extrema el refinamiento de sus atributos para interesar y rendir a los hombres" o a "aquella de gran atractivo físico, con gran poder sobre el varón". La vampiresa es, por consiguiente, una figura erótica que alimenta, con su imagen y sus conductas, el deseo del otro. La vampira, en cambio, es una figura terrorífica que se caracteriza por extraer algo (sangre, juventud, belleza, etc.).de su víctima. Si a veces se confunden es porque, con frecuencia, la vampira se disfraza de vampiresa: primero seduce, luego parasita.

Características de personalidad de la víctima

Ingenua, dependiente y necesitada, la persona vampirizada desconoce las verdaderas intenciones del vampiro. Por eso se entrega a él: cree que va a ser amada, más allá de la muerte. Cuando descubre la verdad-él no sabe amar- ya es tarde: el vampiro ha absorbido todas sus energías y ya no tiene fuerzas para librarse de él. O se ha contagiado, transformándose, ella también, en un vampiro. La víctima no goza de la relación, la sufre. No hay, por lo tanto, masoquismo. Se trata, en general, de personalidades depresivas, con escasa autoestima y sentimientos de culpa poderosos. Su vida sólo parece tener sentido en tanto le pertenezca a su dueño, ya que no puede hacerse cargo de su propia vida. En consecuencia, la autonomía y la seguridad en sí son los más eficaces repelentes del vampiro.

Simbiosis, vampirismo y amor

En cualquiera de las relaciones humanas (padres-hijos, parejas hetero u homosexuales, etc.) es posible encontrar estos tres modos de estructuración vincular, que comparten ciertos rasgos y divergen en otros.

El vínculo simbiótico y el vampirizante tienen en común una característica fundamental: sus integrantes se enferman, porque en ninguna de las dos relaciones es posible crecer. Son formas de vincularse vitalmente empobrecedoras y absorbentes. Otra característica compartida es la necesidad de creer que es posible detener el paso del tiempo, para evitar, así, la llegada de la vejez y la muerte.

La simbiosis, específicamente, se define como una relación en la que ambos integrantes se nutren recíprocamente. Pero, además, cada miembro de la pareja obstaculiza la autonomía del otro. Se aíslan del mundo exterior, volviéndose ermitaños, antisociables y desconfiados. Saben que, si la simbiosis se destruye, deberán separarse y crecer, tomando conciencia del paso del tiempo. En consecuencia, toda tercera persona que, por alguna razón, atraiga la atención de uno de los miembros de la pareja simbiótica, es considerada una enemiga. Ellos parecen ignorar que los dos se beneficiarían con una ruptura.

Por eso hablamos de un vínculo enfermante y empobrecedor. Sin embargo, existe un vínculo simbiótico normal: la pareja madre-bebé. La fusión, en este caso, es no sólo transitoria sino, además, inevitable y necesaria, ya que el niño la necesita para luego poder separarse adecuadamente.

La relación simbiótica patológica está formada por dos personalidades infantiles, dependientes e inseguras de sí, que, creyendo estar apoyándose mutuamente, ignoran cuánto se limitan y enferman. Se trata de un vínculo en el que hay simetría, en tanto sus participantes ocupan lugares parecidos, cada uno ejerce hacia el otro un poder similar, en tanto hay pertenencia mutua, y ambos intercambian, aunque pobremente, afectos entre sí. Como nuestra sociedad patriarcal incentiva que la mujer sea dependiente y sometida, abundan los vínculos simbióticos establecidos entre ellas: por ejemplo, entre esa hija y esa madre que parecen pegadas entre sí. Una no se mueve sin la otra.

En la relación vampirizante, el vampiro mantiene su autonomía pero impide la de su víctima. La relación es asimétrica: sólo el vampiro tiene poder y la víctima le pertenece a su victimario. Para nutrirse, el vampiro debe mantener a la persona vampirizada aislada lo más posible del mundo exterior. Él, en cambio, revolotea libremente por ese mundo, siendo con frecuencia una persona sociable y hasta simpática: tiene que ir calculando en dónde están las próximas víctimas.

Trata de conquistar a su víctima con la secreta intención de absorberla y, como consecuencia, aniquilarla. ¿Qué le promete, con qué la conquista? Dice-como el personaje de Cóppola-que la amará más allá de la muerte y que la protegerá de todos y de todo. La víctima necesita creer las mentirosas promesas del vampiro.

En una relación caracterizada por el amor, los dos integrantes de la pareja mantienen su autonomía y un fluido contacto con el mundo exterior, del cual ambos se nutren. La relación es simétrica, porque hay intercambio de afectos y de experiencias y un equivalente manejo del poder entre sus miembros. Ellos tienen intereses variados y establecen diferentes relaciones afectivas con otras personas. El crecimiento no sólo es posible sino que también forma parte del proyecto que la pareja comparte. El paso del tiempo y la muerte se aceptan como naturales y la vejez, en lugar de quedar asociada al deterioro, representa experiencia y sabiduría.