Isabel Monzón
Hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer.
Pitágoras.
El ensayo que Freud hizo sobre lo siniestro pone en evidencia su caudalosa cultura y su genio creativo. La palabra alemana "unheimliche" tiene concentrada tal riqueza de significados que en castellano necesitamos de muchas otras para acercarnos a aquello a lo cual Freud se refería: siniestro, ominoso, aciago, funesto, azaroso, de mal agüero, desgraciado, abominable. Aún así, estas palabras de nuestro idioma no terminan de darnos cuenta de la relación con "heimliche" (íntimo - familiar) y "unheimliche" (ajeno, aterrador), ya que, tal como Freud nos señalara, "heimliche" es una palabra que ha desarrollado su significado siguiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, "unheimliche".
Nosotros pensamos y escribimos en castellano. Por eso y aunque "ominoso" sea una palabra de nuestro idioma, cuando queremos referirnos a algo siniestro, decimos precisamente eso mismo, siniestro. Término que tiene una multiplicidad de significados en tanto es sinónimo de zurdo y antónimo de diestro o derecho. En una segunda acepción, es sinónimo de aciago, funesto, trágico y antónimo de afortunado. Un tercer significado se refiere a incidente, catástrofe, desgracia. Además, significa vicio, oponiéndose a virtud. Aciago, sinónimo de ominoso, es también antónimo de alegre y fausto. Llegamos por este camino a Fausto, aquel del pacto con el diablo. Al igual que el término alemán "unheimliche", la palabra castellana "siniestro" concentra una multiplicidad de significados.
Retomamos siniestro como sinónimo de izquierdo. Por ese lado encontramos que en la Biblia la izquierda es el lugar de los condenados y la dirección del infierno, así como la derecha es el lado donde se hallan los elegidos y la dirección del paraíso. Por otra parte, en el mito andrógino de la creación, el derecho era el lado hombre y el izquierdo el lado mujer. La Edad Media cristiana no escapó a esa tradición porque siendo hembra, la izquierda es oscura y satánica y siendo macho, la derecha es diurna y divina. Asimismo, dice Freud en Una neurosis demoníaca..: "Dios y Demonio fueron originariamente idénticos, una misma figura que más tarde se descompuso en dos, con propiedades contrapuestas". La reflexión que de esto se deriva no puede ser otra: en esa división el Demonio se quedó con la parte izquierda y Dios con la derecha. (Piénsese en la política, donde la izquierda suele identificarse con la transgresión, con el cambio, con lo opuesto a lo conservador).
La Condesa fue, por mandato del patriarcado, empujada a lo siniestro. El hecho de ser mujer era condición suficiente para quedar relegada a la izquierda, del lado de los condenados, de los no elegidos. El vicio de la sangre, la oscuridad de lo clandestino, el destierro a los infiernos, le estaban destinados. Y ella obedeció el mandato.
Cuando Freud pasa revista a personas, sucesos, cosas o situaciones consideradas "ominosas", citando a Jentsch dice que "la duda sobre si en verdad es animado algo en apariencia vivo, y, a la inversa, si no puede tener alma cierta cosa inerte", genera el sentimiento de lo siniestro. Se refiere a figuras de cera y a muñecas de construcciones ingeniosas. Compartiendo la opinión de Jentsch, pone como ejemplo un cuento de Hoffmann, Coppelius o El hombre de arena, en el que una muñeca - Olimpia - parece animada.
También la Condesa tenía una muñeca, y era siniestra. Entró en la leyenda bautizada como la "Virgen de hierro". Este inanimado ser habitaba los suelos del castillo de Csejthe, en donde se hallaba la sala de torturas. Allí estaba, una extraña dama de metal y rubios cabellos, del tamaño y color de una mujer, enjoyada, maquillada y desnuda. Por intermedio de un mecanismo, sus labios sonreían y sus ojos se podían mover. "La autómata", como la llama Pizarnik en un largo capítulo que le dedica especialmente, tiene otra particularidad: tocando las piedras preciosas de su collar se accionan sus brazos. Ellos abrazan y aprisionan mientras de los senos, que se abren, salen puñales. Así mataba la dama metálica a las víctimas de Erzsébet.
Derecha - izquierda; Dios - Demonio; paraíso - infierno; varón - mujer; bien - mal. Dualismos que se reiteran y que remiten al doble, otra palabra vinculada a lo siniestro. Son dobles tanto los que tienen un aspecto idéntico entre sí como aquellos que sienten o piensan lo mismo. Freud pone un ejemplo, "la identificación con otra persona hasta tal punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el lugar del propio, o sea duplicación, división, permutación del yo...". El tema había sido previamente tratado por Rank en 1914, en un ensayo sumamente completo y erudito en el que el autor indaga, entre otras cosas, los vínculos del doble con la propia imagen vista en el espejo, con la sombra, con el espíritu tutelar y con la muerte.
La Virgen de hierro es, evidentemente, un doble de la Condesa ya que, como en espejo, la refleja. Manipulada por su dueña, actúa su crueldad, dramatiza lo despiadado de sus acciones. Viendo actuar a "la autómata", es posible confundirla con un ser animado, así como Erzsébet parece a veces tan escalofriantemente insensible que hace pensar que no está viva. La Virgen de hierro es también símbolo de aquella madre y aquella suegra que, sin preguntarle nada, decidieron sobre el destino de la pequeña. Hay, así, una sucesión de mujeres que, aún estando vivas, no lo parecen en tanto obedecen, como autómatas, mandatos sociales y familiares. La Condesa intentó rebelarse pero, en esa destructiva rebeldía, tomó las características el agresor, se identificó con él.
En cuanto a la relación del doble con la muerte, es significativo el relato que hace Pizarnik acerca de otra de las torturas. Como "no siempre el día era inocente y la noche culpable", éstas se realizaban a la luz. Pero ninguna de las víctimas moría. Por orden de Erzsébet, hermosas y jóvenes costureras se desnudaban. Así cosían y así ella, que permanecía suntuosamente vestida, las observaba. Esta escena, dice Pizarnik, la llevó a pensar en la muerte, ya que "desnudar es propio de ella". Erzsébet encarnaba a la muerte, era su doble. Como no quería envejecer ni morir, se disfrazaba de ella. "¿Como ha de morir la Muerte?", reflexiona Alejandra. Extraña paradoja esta de ser la dueña de la vida, mientras se encarna a la muerte. Tal vez por eso Erzsébet no mataba, por lo menos en aquellos momentos, a esas muchachas jóvenes y hermosas que, desnudas y como en espejo, representaban la perenne hermosura que ella deseaba poseer.
Al simbolizar la siniestra el lado demoníaco y, además, el costado mujer, la sinonimia mujer = demonio queda más que en evidencia. Lilith, paradigma de mujer, denominada al mismo tiempo por Penrose virgen madre de Satanás, es, junto con su hijo, el símbolo de la rebelión contra el poder dogmático. Ese que se adueña no sólo de los conocimientos sino también de las personas. Se encarna a veces en una clase social, otras en un sexo cuando no en un grupo de personas que, arrogantemente, se cree superior. También Dios representa, en general, el poder y la verdad absolutas, el conocimiento omnisciente. Ante Él, aparece una figura transgresora y desafiante, simbolizada por Satanás. De la misma manera, Lilith se coloca frente al privilegiado Adán para cuestionarlo.
Cuando Eva come del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, incitándolo a Adán a hacer lo mismo, está queriendo apropiarse de ese conocimiento acaparado por Dios. Éste, furioso, los expulsa del paraíso. El Edén, dice Bion, representa el mundo del eterno placer. Pero para crecer, es necesario habitar otro, aquel en el que, además, existe el dolor. Porque el aparato psíquico, como nos enseñó Freud, empieza a formarse a partir de la vivencia de insatisfacción. Cuando Eva desobedece la orden de Dios, encarna el deseo de tener un pensamiento propio, aún a costa de perder la "protección" divina. Ella y Lilith son vías de acceso a Erzsébet Báthory, ya que a ésta, así como a todas las mujeres de su Hungría bárbara y feudal, se le prohibían los libros. Aunque la suegra le había enseñado a leer, sólo le estaban permitidos los épicos y religiosos, no los relacionados con el saber. Por otra parte, en esa época sólo unas pocas mujeres escribían. La mayoría se dedicaba a copiar textos de otros. Es recién a partir del siglo XVIII que aparece la literatura escrita por mujeres. Publicaban generalmente con seudónimos masculinos, ya que la palabra seguía siendo propiedad del varón. Según Virginia Woolf, "cuando leemos algo sobre una bruja zambullida en agua, una mujer poseída por los demonios, una sabia mujer que vendía hierbas, nos hallamos sobre la pista de una novelista malograda". Si es cierto que a Erzsébet le estaba prohibida toda fantasía, se nos ocurre preguntarnos si no podría haber sido una de aquellas escritoras frustradas. No por nada dos poetas la redimen.
Sabremos algo más de Erzsébet Báthory y de su desafío a tantos mandatos si seguimos investigando sus vínculos con Lilith y con lo demoníaco. Para ello es necesario tolerar el rechazo que pueda llegar a provocar la idea de Satán. Es interesante enterarse que, en hebreo, "Satán" significa adversario, fiscal ante un tribunal. En consecuencia, este término puede aplicarse a todo aquel que transitoriamente se opone a otro. Si enfrentarse y oponerse al poderoso se considera maligno, entendemos entonces por qué Satán s encarna la maldad y por qué Lilith fue condenada a vivir en el infierno, lejos de ese dios al que se había rebelado. Jesús, por su parte, fue condenado a muerte porque también él cuestionó el abuso de poder.
Este vínculo estrecho que existe entre Dios y el Diablo es retomado por Freud para decir que, por la ambivalencia de sentimientos, Dios representa al padre amado mientras que el Diablo es el padre odiado. Además, cuando un nuevo dios suplanta a otro, el suplantado se convierte en demonio maligno. "Cuando un pueblo es derrotado por otro, no es raro que los dioses destronados de los vencidos se trasmuten en demonios para el pueblo vencedor. El demonio maligno de la ciencia cristiana, el Diablo de la Edad Media, era, según la propia mitología cristiana, un ángel caído de naturaleza divina". "El Otro es el Mal", dice Simone de Beauvoir, señalando que, mientras el varón se coloca en el lugar de "Uno", condena a la mujer a ocupar el lugar del "otro". La Europa neolítica no tenia dioses, adoraba a la Diosa Madre. Esto también sucedía en Siria y Libia. La Gran Diosa era considerada inmortal, inmutable y omnipotente. Es que no existía, en los comienzos de la Humanidad, la idea de paternidad. A los vientos, a los ríos o a algún otro fenómeno natural se les atribuía la responsabilidad de los embarazos. Eran los tiempos del matriarcado. Cuando el patriarcado lo sustituye, las religiones destronan a la Diosa y entronizan al Dios. Paralelamente la mujer, ese extraño ser portador de vida, empieza a ocupar el deleznable lugar del "otro". "La misoginia y la androlatría están indisolublemente entrelazadas con las convicciones y creencias religiosas imperantes en los últimos dos mil a cuatro mil años. Reflejan el derrocamiento masculino de un orden más antiguo, en el que lo divino se manifestaba en formas y valoresfemeninos", dice el psicoanalista junguiano Edward Whitmont.
¿Por qué algunas mujeres que cuatro siglos atrás podrían haber sido víctimas de la descarnada crueldad de Erzsébet Báthory quedan hoy bajo la égida de su fascinación, hasta el punto incluso de llegar a escribir sobre ella? ¿Por qué fascinación y no terror? Ambos parecen acompañarse, en esa ambivalencia de sentimientos que produce lo siniestro. Siniestra hermosura, dirá poéticamente Pizarnik, creando un efecto de oxímoron. Si pensamos en la izquierda como simbolizando a la mujer y recordando que la Condesa fue madre, tampoco desde ese punto de vista puede extrañar la ambivalencia que provoca lo siniestro. "En el símbolo de la madre -dicen Chevalier y Gheerbrandt - se encuentra la misma ambivalencia que en el del mar y la tierra: la vida y la muerte son correlativas(...).La madre es la seguridad del abrigo, de la ternura, del alimento; es también el riesgo de opresión debido a la estrechez del medio y el ahogo por una prolongación excesiva de la función de nodriza y de guía: la genitrix devorando al futuro genitor, la generosidad tornándose acaparadora y castradora". Nacer, es salir del vientre de la madre. Morir, retornar a la tierra que, como el mar, es un símbolo materno. Simone de Beauvoir señala que "hay una alianza de la Mujer con la Muerte; la gran segadora es la figura inversa de la fecundidad que hace crecer las espigas". Dice también que "el hombre empieza a morir desde el día en que nace: esa es la verdad que encarna la Madre".
Si la madre de la ternura atrae, porque puede volver a consolar y a cuidar a esos hijos que, no sin ambivalencia, se alejan de ella, no menos atractiva es la madre de la crueldad, una como la Condesa. Permanece, en la fantasía inconsciente de los hijos, como un deseo, como la esperanza de que alguna vez dé ese beso que nunca dio.
Asimismo, Erzsébet Báthory se erige en un modelo de fortaleza en el cual, internándose, una mujer puede refugiarse. Aquí también hay un doble: un aparato psíquico muy primario se disgrega, se disocia y no puede integrarse. El débil yo, víctima de las demandas narcisísticas de los otros, se asila en una fortaleza: la identificación con el agresor. El yo victimario ejercerá ahora todo su poder mientras el yo víctima se disfraza de él. Así, se esconde y cree que desaparece.